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domingo, 3 de agosto de 2008

CHARLA CON DIOS


Me sentía aburrido porque siempre escribía lo mismo contándolo de una y otra manera, pero siempre era lo mismo. Juro que ya estaba cansado de todo eso porque mi cabeza pensaba en cosas que ya nadie le daba importancia. Ni siquiera yo. Entonces fue cuando decidí salir a tomar algo en el bar de enfrente. Pedí una cerveza y algo para comer porque mi estomago no quería ser engañado nuevamente con algo líquido. El camarero me llamó avisándome que tenía una llamada telefónica. Yo me preguntaba: ¿Una llamada para mi?, ¿Si tengo el teléfono en mi bolsillo?, ¿Y por qué lo hacen al bar?. No entendía nada. Fui a uno que estaba entre dos columnas. Todavía seguía sin entender nada. Llegué al teléfono, lo levanté con una sensación de vacío, porque realmente no sabía que pensar, y dije con una voz entrecortada: -¡hola!. Hubo un pequeño silencio, como esos silencios de aquellas personas que están esperando detrás del teléfono y no se dan cuenta que le han atendido. Y se escuchó una voz muy suave que me había trasmitido una tranquilidad en cuestión de segundos diciendo: -hola Pablo, me gustaría hablar contigo personalmente. En ese momento no me salieron las palabras.
Muchas cosas estaban cruzando por mi cabeza; no sabía si era alguien a quien le debía dinero, tampoco si se trataba de algún amigo , vecino o familiar. Realmente una incógnita. Mi mente pensaba demasiado rápido como para seguirle el ritmo con mi boca, pero con un poco de orden le pregunté:
-¿quién eres, Horacio, Ale, Diego, Gastón, Hernán, Pepo?. Y así no sé cuantos nombres más. -¡no!, Dijo y se calló nuevamente. Ya me estaba poniendo más que nervioso, creo que estaba enloqueciendo. Entonces fue cuando con toda la paciencia del mundo me dijo: -soy Dios, espérame en ese bar que ya estoy contigo en unos minutos. -¡Jajajajaja! ¿Dios? ¡Jajajajaja!. ¡Que buen chiste!. Dale, ¿quien eres?. Y cortó. Por dios, que rabia. ¿quién habrá sido?. Seguía con esa duda en mi cabeza y volví a mi mesa. El camarero me sonrió. En ese entonces ya no entendía absolutamente nada y pensaba “seguramente habrá sido este tipo que se burló de mí haciéndose pasar por Dios”. fui y lo encaré de manera agresiva, porque no me gusta que se metan conmigo. -¿qué te pasa, tengo cara de payaso?. Prácticamente no dejó que terminara de hablar y esbozó algo así como: -¿Te llamó?.
-¿Quién?.
-¿Cómo quien?, tu sabes muy bien quien es. Y ahí mi cara quedó como una foto desenfocada.
-Si es una broma te digo que es de muy mal gusto y no solo eso, sino que pienso romperte la cara.
-Calma hombre, no te pongas así, tranquilo que ya vendrá y hablará contigo. Tienes suerte que te haya elegido para hacerlo.
De pronto mi cara se transformó en la mascara de “Screem”. En ese momento no tuve el diablito a mi izquierda y el angelito a mi derecha, sino que cientos de diablitos y angelitos esparcidos por todo el bar. Algunos hasta apostando en la máquina tragamonedas. Mi cabeza se preguntaba: ¿Como será Dios?, ¿Qué forma tendrá?, ¿Vendrá como hombre , como mujer o como un fantasma?. No paraba de observar la entrada al bar esperando a ver como sería. Además sonaba muy raro pensar que esperaba a “Dios”. la gente entraba al local y yo más me desesperaba pensando de qué manera aparecería. Será esa mujer... no, será ese muchacho... tampoco. De repente ingresó una persona con barba blanca, alta, y con aspecto de buena gente. Era Dios, no cabían dudas. Me levanté, me acerqué a él y le dije: -Ya estoy aquí, ¿hablamos?. Él se dio media vuelta, me observó y respondió: -bueno, sentémonos. Elegimos una mesa aislada de todo ruido y comenzamos a hablar. Prácticamente me dedicaba a escuchar, porque sus palabras no solo tenían claridad, sino que, transmitían serenidad y sabiduría. Hablamos de la vida, la muerte, y de la humanidad en sí. Yo no salía de mi asombro al saber que estaba hablando con Dios. Nada más y nada menos que él mismo. Parecía como si estuviese hablando con alguien de Hollywood, bueno eso parecía porque en realidad nunca estuve con alguien de ese lugar, pero sí, hablaba con él. Cuando le hacía preguntas no quería tratarlo como Dios, sino como una persona normal, porque de otra manera no podría seguir hablando por los nervios. Cada palabra suya parecía un aviso, como si me estuviese diciendo cosas que tenia que interpretarlas porque él no estaba dispuesto a explicármelas. ¡Había tanta sabiduría en sus frases!, y bueno, también era lo lógico, era Dios. Noté que el camarero nos observaba pero no merecía mi atención porque tenía cosas más importantes, estaba hablando con el padre de la humanidad. ¿¡Cuantas personas podrán decir lo mismo!?. Creo que ninguna y por eso me sentí en ese momento un privilegiado. La conversación se había hecho más larga de lo esperado, porque abordamos temas que nunca pensé que los iba a hablar con alguien. Es que no era “alguien” sino “él”, y ese fue motivo suficiente para contar y preguntar todo, absolutamente todo. Después de casi tres horas de charla decidió irse, no le pregunte por qué, simplemente acepté y agradecí el hecho de que haya aceptado hablar conmigo. Se fue dejando una estela de esperanza y una onda positiva en el bar. Había charlado con Dios. A los diez minutos de estar sentado y en silencio me levanté y me dirigí hacia la puerta de salida para irme a mi casa, y el camarero me miró y sonrió nuevamente. Esta vez yo también sonreí porque me sentía purificado y engrandecido por lo que había sucedido y me fui. Al poco tiempo de retirarme el camarero vuelve a su lugar de trabajo, o sea detrás de esa barra y dijo en voz baja: -Pablo, te puse a prueba y has demostrado que... crees en mí.
Pablo Claro

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