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Acababa de salir del baño cuando me detuve en el pasillo para llegar a mi habitación. Quedé pensando unos segundos. Tenía lo ojos como un dibujo animado, la marca del cojín en la cara y el pelo que parecía un nido de pájaros. Retrocedí unos pasos, volví a meterme en el baño y lo vi. Era la primera vez que sólo dedicaba mi tiempo por algo que siempre utilizaba pero no le daba la importancia o la atención que se merecía: “El espejo“.
Primero comencé a observar el marco. Tocaba los vértices acompañándolos con la punta de mis dedos y luego me puse a pensar mirando mi imagen reflejada en el espejo: ¿Quién será el verdadero Pablo, él o yo?. Porque creemos que somos “nosotros” los verdaderos, pero la verdad es que nunca oímos decir lo que dice nuestra imagen. Además hablamos al mismo tiempo y el sonido de la voz es unísono. ¿Qué hará mi otro yo cuando no lo veo? ¿Hará lo mismo que yo? ¿Se juntará con las imágenes de las personas con las que yo me junto?. En ese momento creo que había perdido no solo el conocimiento, sino también la razón y la orientación, porque en ese entonces ya no sabía quién era la imagen reflejada, si él o yo, o mejor dicho, si yo o mi otro yo.¡Que horror!,¿Y si yo era él y lo trataba como él y no como yo?.
No quería parpadear para ver si él (o sea, mi otro yo) lo hacía primero, pero el desgraciado aguantaba tanto como yo. Luego vi que tenía la nariz sucia y le señalaba el lugar para que se limpiase. Y fue ahí que tuvo un gesto muy digno para ser sólo una imagen reflejada en el espejo. Me señaló que yo también tenía la nariz sucia en el mismo lugar que él. Y comenzamos a reírnos con carcajadas tan fuertes que hasta los vecinos nos golpeaban las paredes para que hagamos silencio. Fue uno de los momentos más divertidos y emocionantes de nuestro encuentro. Y es por eso que en ese instante comprendimos que no éramos simples imágenes, sino que éramos amigos y nos cuidábamos mutuamente. Yo le corregía los errores y él los míos para estar bien durante el resto del día, porque además no nos íbamos a ver.
Ahora cada vez que voy al baño, no solo voy a asearme y arreglarme. También voy a hacer algo que es más importante que todo eso... Visitar un amigo.
Pablo Claro
Primero comencé a observar el marco. Tocaba los vértices acompañándolos con la punta de mis dedos y luego me puse a pensar mirando mi imagen reflejada en el espejo: ¿Quién será el verdadero Pablo, él o yo?. Porque creemos que somos “nosotros” los verdaderos, pero la verdad es que nunca oímos decir lo que dice nuestra imagen. Además hablamos al mismo tiempo y el sonido de la voz es unísono. ¿Qué hará mi otro yo cuando no lo veo? ¿Hará lo mismo que yo? ¿Se juntará con las imágenes de las personas con las que yo me junto?. En ese momento creo que había perdido no solo el conocimiento, sino también la razón y la orientación, porque en ese entonces ya no sabía quién era la imagen reflejada, si él o yo, o mejor dicho, si yo o mi otro yo.¡Que horror!,¿Y si yo era él y lo trataba como él y no como yo?.
No quería parpadear para ver si él (o sea, mi otro yo) lo hacía primero, pero el desgraciado aguantaba tanto como yo. Luego vi que tenía la nariz sucia y le señalaba el lugar para que se limpiase. Y fue ahí que tuvo un gesto muy digno para ser sólo una imagen reflejada en el espejo. Me señaló que yo también tenía la nariz sucia en el mismo lugar que él. Y comenzamos a reírnos con carcajadas tan fuertes que hasta los vecinos nos golpeaban las paredes para que hagamos silencio. Fue uno de los momentos más divertidos y emocionantes de nuestro encuentro. Y es por eso que en ese instante comprendimos que no éramos simples imágenes, sino que éramos amigos y nos cuidábamos mutuamente. Yo le corregía los errores y él los míos para estar bien durante el resto del día, porque además no nos íbamos a ver.
Ahora cada vez que voy al baño, no solo voy a asearme y arreglarme. También voy a hacer algo que es más importante que todo eso... Visitar un amigo.
Pablo Claro