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Todas las mañanas leo las noticias de los principales periódicos del país y me encuentro con las espectaculares acciones de “ese” hombre protegiendo una y otra vez a la humanidad del mal que acecha a la sociedad; evitando robos, accidentes, incendios, y salvando vidas en cualquier oportunidad que se le cruczara por su camino. ¿Y quién es ese hombre? Es nuestro superhéroe de todos los días. Simplemente hagamos volar nuestra imaginación e inventémonos un superhéroe. Ese que siempre soñábamos que existiera y poder verlo con nuestros propios ojos realizando sus proezas. ¿Ya tenemos a “ese” hombre?, entonces ahora sí puedo comenzar esta historia.
Todo el mundo se sentía protegido gracias al enmascarado, porque derrotaba a los “malos” con mucha astucia y habilidad. Todo era color de rosa en esta ciudad porque el bien siempre triunfaba (obvio, es un decir, que el color rosa no nos confunda). Hasta que un día, este superhéroe se cansó de luchar constantemente y decidió irse a descansar muy lejos del ruido. -¡Ya no quiero pelear más!, dijo, -estoy desgastado, quiero ser alguien normal como toda esa gente a la que siempre estoy ayudando.
Y así fue como tomó esa decisión de ser “común y corriente”. Se buscó un trabajo en el campo ordeñando vacas, sembrando trigo, cosechando papas y otras actividades que supuestamente eran de una persona "normal". Mientras tanto, en la gran ciudad todo era caos y desesperación. Los ladrones se divertían porque hacían lo que querían y no había nadie que los detuviera. Destrozos, saqueos, incendios y todas esas cosas que una persona “mala” podría hacer. Pero a nuestro superhéroe no le importaban ya estos casos, él sólo dedicaba su tiempo a la vida campestre.
Los policías ya no daban abasto con la cantidad de asaltos y actos de vandalismo que los malhechores esparcían por doquier. La gente gritaba por las calles: -¡Que vuelva nuestro superhéroe! -¡Sí, que vuelva! El gobernador hizo un llamamiento a la población para que se averigüase en donde se encontraba “ese” hombre, pero nada, ni un sólo rastro de él.
En las calles ya no quedaba nada por quemar, por robar, por romper, ya no quedaba absolutamente nada por hacer para los mal vivientes. Hasta que uno de ellos comenzó a decir:
-Me estoy aburriendo de tanta libertad, esto ya es demasiado fácil.
-¡Así es!, no es como antes, en otras ocasiones comenzábamos a correr y así nos manteníamos en buen estado físico, ahora sólo nos dedicamos a caminar sabiendo que no tenemos límites!, !Miren mi barriga como ha crecido!
-Es verdad! dijo el otro encapuchado mientras se estaba sentando en una silla robada, agotado por el cansancio, -¡Quiero acción, esto es demasiado frustrante!
Todos los ladrones, mal vivientes, malhechores, malvados o como quieran llamarlos se juntaron en una reunión realizada por el cabecilla de todos ellos. Primero se cantó el himno del “malo” y luego comenzaron a debatirse los problemas que se originaron tras la ida del superhéroe.
-¡Estamos cansados de no luchar contra nadie!, acotó uno que estaba en el fondo comiendo arroz inflado recién robado.- ¡Sí, queremos acción!, dijeron todos a viva voz.
.-¡Calma, calma por favor!. En representación de todos ustedes he decidido comenzar la búsqueda del tipo que nos impedía hacer nuestras maldades y traerlo de nuevo a esta ciudad para tener con quien combatir y de quien huir.
-¡Bravo, bravo!, Todos comenzaron a aplaudir de pie. Se logró en esa reunión una solución para desplazar esa fatiga que producía el no tener con quien pelear. Y así comenzó la incesante búsqueda del superhéroe.
La ciudad estaba en calma, hasta los propios pobladores se unieron en la búsqueda. No había rastros de él. Buscaron en otras ciudades, en otros pueblos, en otros países y nada. Algunos lo daban por muerto, otros comenzaban a vender fotos del superhéroe abrazado con Papá Noel y cosas así que se inventaban en el momento. Uno que otro se hacía pasar por el enmascarado pero se ligaba una paliza tremenda por pésima imitación. No había rastros.
El pueblo y los malhechores ya cansados de buscar, decidieron dar por finalizado el rastreo. Todos con caras tristes y amargadas. Ya no era lo mismo sin el héroe que salía en las noticias, y que aplastaba a los “malos” para llevarlos a la cárcel. Hasta que por fin sucedió lo inesperado. Un hombre vestido de campesino se acercaba por la calle con paso firme. Tenía un sombrero de paja, unas botas muy raras, un mameluco que parecía de “Mario BROS” y un bolso fabricado con cuero de cerdo. -¿Quién es ese hombre?, se preguntaban todos ante el apuro del campesino por llegar a ese lugar.- ¡Es él!, gritó uno.-¡Es el superhéroe!
La gente comenzó a saltar por la alegría. Los ladrones y otros encapuchados se abrazaban y lloraban por la emoción. Por fin había llegado ese hombre que había dejado un vacío en las vidas de esas personas. Todos, absolutamente todos, se fundieron en un abrazo fraterno.
-¡Juro que jamás los volveré a dejar solos! alcanzó a esbozar el justiciero entre tantos brazos.
-¡Pensé que iban a estar mejor sin mí, quise ser como ustedes pero no pude! Es que soy un superhéroe y sé que ustedes me necesitan.
Hubo una gran fiesta de bienvenida para “ese” hombre. Pasteles, buenos vinos, manjares exquisitos y también licores de muy buen nivel traídos por los malvados que seguramente habían sido robados hacía una semana.
-¡Te extrañábamos héroe!, exclamó el “capo” de los malos.
-Yo también amigo, los he extrañado mucho.
-¿¡Cómo amigo!?, ¿Quién dijo que éramos amigos?, dijo el capo con el ceño fruncido -Tú eres el bueno y nosotros los malos, ¡No mezcles el agua con el aceite! ¿OK? Entonces fue cuando el superhéroe recordó aquella embarcación de aceite que había sido robada por los malhechores y comenzaron los combates. Trompadas, sillas volando por el aire, roturas de cristales, personas también en el aire... todo comenzó a ser como era antes, como si nada hubiese cambiado. Todo era acción y… diversión para los mal vivientes. Y como habitualmente sucede… ¡El bien siempre triunfa!. En ese momento la algarabía explotó en la gente al saber que tenían de nuevo a su superhéroe, y se sintieron seguros y protegidos nuevamente.
Y así fue como los días siguientes, en cada rincón de esa ciudad, el mal volvió a ser combatido por “ese” hombre. Fiel a su costumbre de luchar por la justicia, salir en los periódicos y en televisión pero evitando ser visto abiertamente.
Y mientras el noticiero mostraba las imágenes de los ladrones que estaban siendo apresados, del otro lado de la pantalla había un rostro, una imagen, un gesto del “capo” de los malos, que fue acompañado por una frase que decía: -Has regresado superhéroe,... has regresado. Y ese gesto fue simplemente… una sonrisa.
Pablo Claro