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Mi vieja siempre me decía: -¡llevá paraguas, llevá paraguas!. Pero nunca le hacía caso, siempre me escapaba rápido como simulando no haber escuchado sus gritos.
“La lluvia es algo maravilloso, natural y refrescante”, pensaba, mientras caminaba con las gotas golpeando sobre mi rostro. Recuerdo que de muy chico mis amigos me venían a buscar para jugar al fútbol bajo la lluvia y tenía que escaparme, porque si no lo hacía era imposible participar de ese partido. Mis zapatillas con barro me delataban ante los ojos de mi mamá y la mirada atónita de mi viejo. Lógico, era muy chico y no entendía las razones de tener unas zapatillas sólo para salir de paseo. Y como siempre, terminaba a los llantos, con lágrimas sin dolor, porque no entendía en ese entonces el verdadero significado del dolor.
Lágrimas con forma de gotitas, como la lluvia.
¡Qué lindo era salir después de la lluvia!, ver el arco iris, los charcos de agua en la calle, el cielo rojo anunciando su final, la gente en las calles estrenando (en algunos casos) sus ropas de agua para protegerse de una próxima tormenta; otros preparando el mate y las tortas fritas, la sillita vieja con patas de madera y la escoba para retirar los restos de agua de los lugares favoritos de sus veredas.
Todo era muy lindo, de chico siempre me gustó la lluvia, siempre quise salir y que ella me atrapara lejos de casa, así la disfrutaba con mucho más tiempo; siempre me gustó correr debajo de ella porque era como esquivar obstáculos invisibles, porque nadie se cubría, ni siquiera debajo de algún toldo o de un árbol, todos queríamos sentir que las gotas jugasen con nosotros. Pero la vida transcurría y yo crecía.
Comencé a mirar hacia mi alrededor cada vez que llovía y me encontraba con inundaciones en casas de amigos, gente en la calle que no tenían techo para cubrirse, no porque no estaba en sus casas, sino porque no las tenían. Miré hacia atrás, cosa que nunca había hecho porque la niñez me impedía hacerlo, y vi mi casa llena de agua con mis padres muy preocupados cuidando lo poco que teníamos para no perderlo todo.
Levanté la vista y observé que la lluvia mojaba mi cara y ya no era feliz, debía cubrirme, ya no podía correr debajo de ella, había cosas más importantes que hacer, que cuidar, que proteger. Ahí comprendí el verdadero dolor de un llanto. La tormenta cesaba y seguíamos sacando agua del suelo que amenazaban con causarnos enfermedades por las cosas que pudiera traer.
-¡Salió el sol! ...se escuchó decir a un chico, y “todos afuera”, como en mis viejos tiempos.
Me asomé a la calle y los vi corriendo como locos, festejando junto a esa cascada de agua que despedía algún techo vecino. Pero hubo alguien que me llamó tremendamente la atención, fue un chico que miraba hacia el cielo y decía: -¡que lindo es salir después de la lluvia!. Y retrocedí en el tiempo y eso me hizo felíz por un instante, ése que hubiera preferido que durara una eternidad, pero la realidad me despertó con una bofetada.
Ahora soy grande, tengo hijos, una hermosa casa, un enorme jardín, un gran perro y un paraguas. Si, un paraguas. Ese que impide que la lluvia te toque, te moje o como quieras llamarlo. Ese paraguas que mi vieja tanto insistía que lo usara, ese paraguas que de chico jamás abrí, ese paraguas que tantos recuerdos me trae, ese paraguas que quisiera tener para toda mi vida, porque cada vez que no lo usaba terminaba enfermo pero recibiendo el cariño y el cuidado de mamá. Ese paraguas… Ese paraguas, que nunca voy a volver a usar.
Pablo Claro
“La lluvia es algo maravilloso, natural y refrescante”, pensaba, mientras caminaba con las gotas golpeando sobre mi rostro. Recuerdo que de muy chico mis amigos me venían a buscar para jugar al fútbol bajo la lluvia y tenía que escaparme, porque si no lo hacía era imposible participar de ese partido. Mis zapatillas con barro me delataban ante los ojos de mi mamá y la mirada atónita de mi viejo. Lógico, era muy chico y no entendía las razones de tener unas zapatillas sólo para salir de paseo. Y como siempre, terminaba a los llantos, con lágrimas sin dolor, porque no entendía en ese entonces el verdadero significado del dolor.
Lágrimas con forma de gotitas, como la lluvia.
¡Qué lindo era salir después de la lluvia!, ver el arco iris, los charcos de agua en la calle, el cielo rojo anunciando su final, la gente en las calles estrenando (en algunos casos) sus ropas de agua para protegerse de una próxima tormenta; otros preparando el mate y las tortas fritas, la sillita vieja con patas de madera y la escoba para retirar los restos de agua de los lugares favoritos de sus veredas.
Todo era muy lindo, de chico siempre me gustó la lluvia, siempre quise salir y que ella me atrapara lejos de casa, así la disfrutaba con mucho más tiempo; siempre me gustó correr debajo de ella porque era como esquivar obstáculos invisibles, porque nadie se cubría, ni siquiera debajo de algún toldo o de un árbol, todos queríamos sentir que las gotas jugasen con nosotros. Pero la vida transcurría y yo crecía.
Comencé a mirar hacia mi alrededor cada vez que llovía y me encontraba con inundaciones en casas de amigos, gente en la calle que no tenían techo para cubrirse, no porque no estaba en sus casas, sino porque no las tenían. Miré hacia atrás, cosa que nunca había hecho porque la niñez me impedía hacerlo, y vi mi casa llena de agua con mis padres muy preocupados cuidando lo poco que teníamos para no perderlo todo.
Levanté la vista y observé que la lluvia mojaba mi cara y ya no era feliz, debía cubrirme, ya no podía correr debajo de ella, había cosas más importantes que hacer, que cuidar, que proteger. Ahí comprendí el verdadero dolor de un llanto. La tormenta cesaba y seguíamos sacando agua del suelo que amenazaban con causarnos enfermedades por las cosas que pudiera traer.
-¡Salió el sol! ...se escuchó decir a un chico, y “todos afuera”, como en mis viejos tiempos.
Me asomé a la calle y los vi corriendo como locos, festejando junto a esa cascada de agua que despedía algún techo vecino. Pero hubo alguien que me llamó tremendamente la atención, fue un chico que miraba hacia el cielo y decía: -¡que lindo es salir después de la lluvia!. Y retrocedí en el tiempo y eso me hizo felíz por un instante, ése que hubiera preferido que durara una eternidad, pero la realidad me despertó con una bofetada.
Ahora soy grande, tengo hijos, una hermosa casa, un enorme jardín, un gran perro y un paraguas. Si, un paraguas. Ese que impide que la lluvia te toque, te moje o como quieras llamarlo. Ese paraguas que mi vieja tanto insistía que lo usara, ese paraguas que de chico jamás abrí, ese paraguas que tantos recuerdos me trae, ese paraguas que quisiera tener para toda mi vida, porque cada vez que no lo usaba terminaba enfermo pero recibiendo el cariño y el cuidado de mamá. Ese paraguas… Ese paraguas, que nunca voy a volver a usar.
Pablo Claro
4 comentarios:
Me ha encantado!!! Me gusta leer algo que me haga sentir emociones bien sean de tristeza o alegria y en este caso ha sido asi, incluso me ha hecho recordar momentos de cuando era niña que creo que ya habia olvidado ....
un saludo Pablo...
De eso trata la vida, de emociones. Tu vida es tu libro, y tu libro está escrito por todas tus emociones vividas.
Un saludo y gracias por los comentarios
Ahora tengo los ojos con lluvia...estas cargado de todas las letras aporreando la puerta para salir a desfilar...y cómo!!! Cuando salen a los ojos de los demás...cómo se contonean...que manera de arrancar la lluvia...que divino ruído hacen esas gotas...
Lindas palabras Marisol!! y ojalá pueda "aporrear" la puerta como tu dices para salir a desfilar.
Muchas gracias por tu comentario! Saludos!
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